Le propinaba el último mordisco al pastel de manzana que había pedido mientras hacía tiempo a que él llegase. Estaba llegando la primavera y el cielo comenzaba a florecer, apartando las nubes hacia el norte. La primavera vestía con colores alegres, aquella primavera pintaba tremendamente bien. Se preguntaría cuánto tiempo podría tardar, si sería de aquellos despistados que nunca llevan la hora encima y que dejan los últimos botones de la camisa sin abrochar por descuido. Se encontraba jugueteando con los palillos y las servilletas en una terracita sumergida en un velo de brisa marina que aislaba su ilusión del politono desfasado de su móvil. Sí, el teléfono estaba sonando, fue a responder pero se le resbaló de las manos. Cuando por fin lo cogió, ya habían dejado de llamar. Miró en el registro de llamadas perdidas quién había intentado contactar con ella y sí, en efecto era él. Pensó que querría avisarla de que retrasaría porque habría cogido tarde el coche, tan cabezota como siempre. Así que marcó su número de memoria y esperó, pero no daba señal de llamada. Lo volvió a intentar pero nada. ¿Qué estaba sucediendo? Sacó su barra de labios del neceser que llevaba en el bolso para retocarse, verse guapa le hacía sentirse más calmada. Tal vez se hubiera quedado sin batería. Otra vez el politono, esta vez acertó a cogerlo a la primera y pegó su oreja al auricular. No oía nada al otro lado, todo le quedaba grande. Una curva, perdió el control. No podía ser, ¿qué le estaría diciendo el agente al otro lado de la línea? No, ya no le escuchaba. Ya no veía la luz de su día soleado, había venido una borrasca de imprevisto. ¿Se iba? No podía irse, era joven, no, no podía. Una vez más sin despedirse, como siempre, pero esta vez ya no lo tendría para volver a regañarle por sus despistes. Esos despistes que dejaron huella sobre el asfalto, gotas de sangre, desgaste de neumático.
neverending,