Me han dejado su corazón...

Pequeñas,caricias,que,acompañan♥

El juego del ángel-C.Ruiz Zafón-

Acaricié y besé cada centímetro de su piel como si quisiera memorizarlo de por vida. Chloé no tenía prisa y respondía al tacto de mis manos y mis labios con suaves gemidos que me guiaban. Luego me hizo tenderme sobre el lecho y cubrió mi cuerpo con el suyo hasta que sentí que cada poro me quemaba. Posé mis manos en su espalda y recorrí aquella línea milagrosa que marcaba su columna. Su mirada impenetrable me observaba a apenas unos centímetros de mi rostro. El juego del ángel-Carlos Ruíz Zafón.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Luchadores del día a día.

Llevaba en una mano un maletín vetusto que había pertenecido a su abuelo y en la otra su inseparable bloc de notas. Daba pasos de astronauta por aquel entresijo de pasillos infinitos de paredes blancas y con puertas que conducen a historias aparte. Todo lo que había escrito hasta ahora sería una menudencia comparado con la dureza de las palabras que llenarían las siguientes hojas. Espectante cruzaba de un corredor a otro, esperando toparse con alguien, ver alguna bata blanca o algún grito de esperanza. Pero allí no reinaba el júbilo, ni la frescura de quien tiene toda la vida por delante; allí se resguardaban aquellos a los que la vida les había otorgado un alto en el camino. La mayor parte de las veces, no deseado; y en caso contrario, son víctimas de la electricidad de sus propios pensamientos los que desencadenan un cortocircuito en la razón. Algunos con más suerte que otros; unos más luchadores, otros que se dan por vencidos. No sabía hasta qué punto un cuerpo puede aferrarse a la vida cuando tiene seres queridos aguardando en la sala de espera. Encontraría corazones que quieren latir demasiado y otros que no tienen la suficiente gasolina para mover la maquinaria. Tendría en sus manos lo más valioso que posee un ser: su propia existencia. Aquella vez fue la primera vez que aquel futuro médico pisó un hospital.

miércoles, 3 de agosto de 2011

No sabía qué le había impulsado a cogerle el coche a su padre sin permiso, ni por qué aturdida lo condujo hacia aquel entorno. Presa de los fantasmas del alcohol de la noche pasada, su pesadilla se prolongaba en forma de una resaca inhumana hasta el día siguiente. El chico con el que había compartido algo más que besos seguía palpitando en sus sienes de forma violenta, advertencia. Uno de esos romances camaleónicos en los que el hombre experimenta una metamorfosis: inocentes miradas al principio, y tras chorros de alcohol, desenfrenado en busca de las posturas más guarras. Eran espejismos de sudor y de ropa desabotonada lo que le empujaba, imágenes como tormentas de niebla en un día nublado. Y cuando su cerebro quiso, sus piernas frenaron de golpe y se derrumbó. ¿Quién dijo que los fantasmas del pasado no existen?